En un mundo donde el silencio envuelve el dolor y la oscuridad rodea a menudo la muerte por suicidio, es posible encontrar atisbos de luz que envuelvan el sufrimiento y lo devuelvan a su lugar. Una transición que se puede hacer eterna hasta que se disipa, y que sólo cuando existe una grieta por la que ver claridad se parece a la vida.
La conexión con un recuerdo bonito, el despertar de una nueva emoción o la mirada desde un prisma que te devuelve al presente, son instantes accesibles a través del lenguaje más universal que existe: el arte. Y si lo que más nos une es la cualidad de humanidad, y a su vez el hilo de la vida en comunidad, a veces, la existencia parece únicamente soledad. Una emoción desagradable e inesperada lo puede apagar todo cuando el sufrimiento te invade y abruma. Y aquí, lo que a veces olvidamos, es que la conexión con la vida también se puede encontrar en un escenario, en una pieza de música sacra barroca, flamenca o de gothic metal; en unos versos encontrados, en la danza y el viento, en un cuadro que te abre una puerta en el alma o en la expresión de un cuerpo.
Comunicación preventiva a través del arte
El mensaje es claro y directo: la comunicación es prevención. Y para comunicar un pensamiento suicida, una conducta nunca escogida y casi siempre vivida en la mayor de las soledades, ¿qué mejor que el arte para transmitir con leveza su naturaleza multidimensional y acariciar las emociones humanas de manera profunda y personal? Nuestras historias son únicas, solo las hemos vivido nosotras y, sin embargo, conectan a través de hilos infinitos e invisibles con las millones de experiencias que cada día otros miles de personas tienen. Y aunque nunca las cuenten, esas vivencias tienen poder, inundan sus mentes y sus cuerpos. ¿Cómo podemos acceder a tantas visiones de un mismo mundo? Y, sobre todo, ¿cómo podemos normalizar pensamientos tan oscuros para hacerlos más visibles y lanzarlos hacia la luz?
En una sociedad donde el suicidio es todavía un tabú, el arte nos devuelve la capacidad transformadora de la comunicación. Al fomentar el diálogo abierto, podemos romper el silencio que rodea a la muerte por suicidio y crear un mundo donde cada individuo se sienta valorado, apoyado y comprendido. El arte tiene ese poder esencial de despertarnos emociones de una manera que las palabras por sí solas a menudo no consiguen. Al conectar a ese nivel con quien ve, escucha o siente, una representación artística puede regalar empatía y comprensión hacia temas difíciles, al mismo tiempo que ofrece un espacio nuevo para la reflexión, la aceptación y la contemplación. Porque el ser humano es capaz de todo, hasta de sobrevivir a las situaciones más imposibles, transformando cada arremetida de la vida.
Ahora sabemos que la comunicación responsable del suicidio es preventiva, y que ayuda a personas en momentos vulnerables a que pidan apoyo y hablen con naturalidad de cómo se sienten, las separan de su dolor. Queremos vivir en un mundo donde cada vida sea apreciada y celebrada y donde transformemos “querer morir para dejar de sufrir” por “qué bello es vivir”, con todo lo que la vida es en sí misma. Gracias a la Fundación Cañada Blanch por sumarse a nuestro mensaje desde la cultura y ser parte de esta aventura amarilla. Gracias por ayudarnos a comunicar que en el libro de la vida, en cada página, suena una melodía.
María de Quesada es periodista y presidenta de La Niña Amarilla, asociación valenciana para la prevención del suicidio desde la comunicación.