Según la manera de pensar del filósofo norteamericano Stanley Cavell el cine parecía haber sido creado para la filosofía. Al terreno extenso de la comedia y el melodrama reconducía el autor de En busca de la felicidad o Más allá de las lágrimas cierto pensamiento sobre la realidad y la representación, el juicio y el placer, el escepticismo y la trascendencia. Bajo ese ángulo, el profesor de Estética y Teoría del valor, planteaba preguntas relativas a la posibilidad de que el cine nos hiciera mejores (el perfeccionismo moral del triángulo amoroso de Historias de Filadelfia) o al menos nos permitiera entendernos a nosotros mismos mejor, dos cuestiones que se resolvían, por ejemplo, acudiendo a lecturas de la screwball comedy o a las dramas de la mujer desconocida como el clásico casi homónimo de Max Ophüls.
Es también desde esa perspectiva, entremezclada con una sociología de la cotidianidad y ese proceso de crecimiento psicológico y moral del protagonista –a menudo desde la juventud hasta la madurez– que en literatura anglosajona se llama coming of age, donde podemos invitar a conocer, ver y leer (o a conocer mejor y a releer) las historias sutiles pero profundas que nos están contando dos de las mujeres más interesantes de nuestro panorama cinematográfico, la directora Nely Reguera (Barcelona, 1978) y la guionista Valentina Viso (Caracas, 1981).
¿No hay –por apuntar ya de entrada algunos rasgos de un estilo compartido– una búsqueda de la identidad, entre la empatía moral, la confusión y la ternura, y una fina disección de la institución familiar, tanto en los guiones de Valentina Viso –Tres días con la familia (Mar Coll, 2009), Blog (Elena Trapé, 2010) o la serie Matar al padre (Mar Coll, 2018)– como en los títulos de Nely Reguera, los cortos Pablo y Ausencias –incluso en trabajos «de encargo» como la serie Heavies tendres (adaptación de los enternecedores cómics de Juanjo Sáez–), el celebrado largometraje María y los demás (2016) o la esperada El nieto (2022)?
Efectivamente, las historias cotidianas de la guionista Valentina Viso (Caracas, 1981), graduada en la ECAM y Licence de Filosofía por la Universidad de Sorbonne-Paris IV, suponen una ocasión para pensar tanto el universo de la intimidad, la compleja (y un tanto ilusoria) idea de madurez, la normatividad difusa de las dinámicas familiares contemporáneas y el tipo de dilemas personales que tratan de resolverse en su seno. Todos queremos lo mejor para ella el film de 2013 con María Coll echaba luz sobre la sensación de desconcierto allá donde los tratados de psicología no pueden llegar.
Por su parte y todavía como alumna de la ESCAC, Nely Reguera realizó en 2009 Pablo, un cortometraje que apuntaba al drama de la enfermedad y al cariño mutuo que resultó una delicada lección sobre la fragilidad como seña de nuestra ontología. Muxía a ferida, sobre el desastre del Prestige, evidenciaba su fina conciencia social y humana. Está pendiente de estreno El nieto ambientada en un campo de refugiados en Grecia (de nuevo en colaboración con Valentina Viso). El cine de Nely Reguera parece caracterizarse definitivamente por su delicada sensibilidad en relación con problemas tanto introspectivos como colectivos a través de una puesta en escena donde la naturalidad de la cámara y la sencillez de la historia aparecen como estilemas de su personalidad artística.
En un punto de intersección generacional, los dilemas íntimos, la soledad o la crisis se plantean bien directamente, bien como subtextos en la obra compartida por Reguera y Viso. Un género in progress, el nuevo drama de la desorientación personal y la pérdida de referencias de sentido (afín en algún punto a los ensayos sobre «hauntología» y futuros perdidos de Marc Fischer o Franco Berardi), que frente a la comedia romántica (las antiguas comedias de enredo de Cavell) no promete ni desenlaces sorprendentes ni finales edulcorados.
Otro rasgo de las historias que comparten Reguera y Viso tiene que ver con aquello que el joven pensador francés Pierre Zaoui estudió como un peculiar respeto consciente: el arte de la discreción como goce de una retirada discontinua, la felicidad de abandonarse a la aparición del otro visible en los momentos corales de sus historias en los que el público es capaz de empatizar moralmente con cualquier de los personajes.
El tránsito a la madurez, la pérdida de referencias (la madre en varios de sus títulos) o la incierta búsqueda de esa realización personal que tiene que ver con la identidad se observa con emocionante claridad en el que quizás sea el largometraje más conocido entre los asistentes a nuestra charla en la Fundación Cañada Blanch: En María y los demás (2016), el film dirigido por Nely Reguera y en el que Valentina Viso participa en el guion. Allí escuchamos cómo durante la primera conversación que mantiene María con su padre convaleciente, esta le propone ver El hombre que mató a Liberty Valance, el clásico de John Ford. Esta es solo una de las primeras pistas por la que sabemos que la protagonista interpretada por Bárbara Lennie parece encontrarse cómoda en un mundo de referencias tan clásicas como conocidas. Luego asistiremos, crecientemente conmovidos (pero oportunamente salpicados por benéficos detalles de un humor negro muy sutil, a la diligencia en el cuidado, al desempeño inercial del rol de madre, a la función heroica como pilar familiar frente a la inseguridad y su torpeza de antiheroína urbana; a mitad de la película llegará la crisis, la costosa adaptación a lo nuevo, lo particular, lo propio, la búsqueda de un espacio para sí (una ambición propia, si parafraseamos el título de Virginia Woolf): esa escritura o esa literatura que para otro filósofo (Wilhelm Dilthey) ordena y da sentido a la vida.
La cinta sigue la acción de María, los anhelos negados, los temores y ciertas contradicciones de su intimidad. La directora recoge con franqueza distante la relación sexual. El espectador mira el mundo de María a través de sus ojos (incluso en las escenas donde la cámara permanece quieta). Las grietas que resquebrajan el fundamento de su vida pequeño burguesa abren una suerte de crisis existencial donde las respuestas tradicionales (la maternidad o el noviazgo) se antojan insatisfactorias. El trance de una ambición propia no se resuelve bajo el amortiguador de la comedia pura ni desde el desgarro bergmaniano sino en las tensiones que se producen de forma temprana entre la libertad personal y el vínculo familiar.
Sobre la forma, esa historia se cuenta a través de encuadres de planos medios (un recurso audiovisual más narrativo que expresivo) hasta que se rompe el sosiego de los espacios familiares y se evidencia el extravío personal, de ahí que nos emocione la carrera en el espacio urbano (con ciertos ecos de Wim Wenders). La inseguridad (de una formidable Bárbara Lennie) se observará mejor en la aceleración y en las otras esferas de socialización, las relaciones fuera del ámbito de la familia, la cama, la puerta de su «novio», el teléfono móvil.
Hacia el final asistimos a un pasaje de angustia que tiene que ver con la confesión abierta del deseo que da miedo, con el abismo del futuro (un vértigo existencialista, si continuamos con la filosofía), con el valor y el reconocimiento de sí. Por volver a la cita con la que comenzábamos, Stanley Cavell reflexionó sobre el dolor de no poder hablar en nombre propio, ¿no trata de conseguir eso mismo la ilusoria y estupenda escena de la presentación de la novela de María hacia el final del film?
Antes de los títulos de crédito el personaje parece haber recorrido un camino que tiene que ver con la identidad pero también con la ilusión (el desarrollo de la personalidad o la autonomía personal) y esa libertad como valor ya no abstracto sino cotidiano que comprendemos mejor cuando baja del cielo de las abstracciones y los conceptos.
En literatura, pero también en la ficción cinematográfica, ese itinerario vital –presente no solo en María (y los demás)– que suele etiquetarse como coming of age, no acaba de forma definitiva, simplemente implica un nuevo sentido de la experiencia. Por eso, de momento el género más reconocible de ambas autores resulta de una cierta hibridez entre el drama y la comedia lejos de los lugares comunes y de las denuncias sociales o de género más explícitas. La serena pero fuerte personalidad de ambas cineastas las distancia de referencias tentadoras (entre la comedia urbana de Woody Allen y la última espuma de la nouvelle vague de Erik Rohmer a Emmanuel Mouret). También, a diferencia de Frances Ha (Noah Baumbach, 2012), por citar una película con la que la historia de María (y los demás) comparte retrato de mujer desubicada, la «familia mediterránea» (gallega en este caso) es un diferenciador local que la acerca más al cine europeo que al norteamericano y que desempeña un papel crucial en la búsqueda de ese espacio de libertad personal siempre en relación con las obligaciones morales y las convenciones sociales desde (o frente a) las que el individuo trata de construirse.
No hay, en todo caso, lecciones dogmáticas ni mensaje final en las historias de Viso y Reguera. Mejor así, ese terreno abierto (los ojos puestos en el futuro) será la segunda clave desde la que podremos conocer mejor el itinerario profesional de estas referencias del nuevo cine español o por qué no también –dado el reciente eco de otra joven directora catalana como Carla Simón– del cine europeo. ¿Cómo ha sido su evolución su particular coming of age? ¿Hacia dónde se dirigen? Preguntas abiertas, neodrama vital, crecimiento personal, cambios y proyectos, catarsis a través de la escritura, retratos generacionales, cuidados de la memoria, ensoñaciones que no necesitan acudir al flou, risa, elegancia y sencillez. Estas y otras razones hacen que nos alegremos de poder charlar con ellas dentro del ciclo Ciclo «Mujeres de Hoy».
Jesús García Cívico es crítico literario, secretario de la Asociación Española de la Prensa Cinematográfica (AEPRECI), profesor universitario, filósofo, escritor y colaborador en revistas como El Hype.