Héroes, y heroínas, paisajes desconocidos, islas inexistentes, jugadas indescifrables de ajedrez, malvados singulares, casas misteriosas, enigmas, trenes, besos, despedidas, monstruos del pasado, rumores de guerra; susurros de amor, casas solariegas, palacios, cafés, taxis bajo la lluvia, encuentros fortuitos que cambian una vida: todo eso es para mí la lectura de los libros de aventuras. Por eso me hice lectora y por eso he seguido un camino flanqueado de libros, trincheras de la soledad inherente a todo lector, de la necesaria memoria que es el único consuelo para soportar el frio que hace afuera. Por eso decidí fundar una pequeña editorial de libros de aventuras que ahora camina de la mano de una de las editoriales más prestigiosas de la lengua española, con la que comparte nombre: Zenda- Edhasa. Hablar de estos libros es, en realidad, hablar de la esencia de la lectora que fui y que sigo siendo: de la aventurera que mira y lee y escribe mientras sale y entra de bibliotecas y ciudades, porque ya no sabe (ni quiere) vivir de otra manera.
Afirma Pérez-Reverte que “Todo lector es en su corazón un lector de libros de aventuras” y esa frase dicha hace años junto a un grupo de amigos entre los que me encontraba, fue el arranque de una de las mayores aventuras de mi vida: la editorial de libros de aventuras Zenda Edhasa. De eso y de libros y títulos y autores y viajes hablaré en la charla a la que amablemente me ha invitado la Fundación Cañada Blanch, pero al hilo de aquel bar y aquella charla, Arturo dijo otra frase inolvidable: “El héroe moderno es una mujer”. Ese arranque es lo que me hace pensar y compartir con los lectores del blog este artículo que en realidad es un breve viaje por el tiempo y los libros de la mano de mis mujeres y de mis heroínas literarias.
Las heroínas literarias se mueven en el marco de las ausencias con singular arrojo y valentía. Atenea, enamorada del joven Ulises, le ayuda con mil trucos, acudiendo siempre a su llamada. Circe, Nausica, la propia Penélope… La Odisea, primer gran libro de aventuras y héroes, ya está repleto de mujeres que actúan por amor. El escritor del XIX que inventa la novela conoce a esa mujer, escribe sobre ella; incluso a veces se hace pasar por una ensayando a meterse en su cabeza; travestirse con su piel, afinar la voz hasta convertirla en la de la heroína romántica, pero por más que intentará contar, nunca logrará entender. El novelista del XIX que incluso a veces logra escribir obras maestras con nombre de mujer nunca comprende del todo; duda siempre del amor que las empuja y como desconfía y es torpe y no es fácil comprender el alma de las mujeres heroínas, confundido, casi siempre termina conduciéndolas a un desenlace desgraciado: Madame Bovary, La Regenta, Ana Karenina, La adúltera, Effi Briest, Naná, Marion Delorme, La Dama de las Camelias… Todas, de alguna u otra manera, son castigadas literariamente por su coherencia patológica a la hora de amar.
Y claro, ante este panorama algo tenía que decir la mujer, que empieza a tener una todavía débil pero ya imparable voz propia en la literatura. Su rebeldía transciende lo doméstico y se adueña de lo social. Son sabias porque llevan siglos mirando en silencio, lo cual las ha colmado de valentía y fortaleza. Manejan como nadie el poder de la observación y cuentan con un aliado indestructible: la soledad, en la que son capaces de sobrevivir como ningún varón podría hacerlo. Ellas siguen escribiendo ¡cómo no hacerlo! sobre heroínas enamoradas, pero ahora intentan explicar, desde el corazón femenino, el porqué: Emma, Orgullo y prejuicio, Mansfield Park, Persuasión, Cumbres Borrascosas, Jane Eyre, son algunos ejemplos de mujeres contadas por mujeres que todavía aceptan las reglas del juego, aunque ya con una emergente feminidad conquistadora que proporciona, de manera lenta pero segura, un esperanzador margen de libertad.
La heroína del S.XX es hija de todo aquello y además tiene algunas certezas literarias que recompensan la lucha. Sabe, por ejemplo, que el único ser capaz de vencer a Sherlock Holmes es una mujer; que una amable abuelita solterona de Saint Mary Mead puede ser el más sagaz de los sabuesos investigadores; que una analfabeta desconocida puede llegar a ser Reina del Sur o que, como magistralmente se encarga de recordarnos Simone de Beauvoir, Todos los hombres —afortunadamente— son mortales.
Así que con toda esa herencia, la heroína literaria del S.XXI debería alzarse con una seguridad y una fuerza nunca antes reunidas, pues ha entendido la necesidad de diferenciarse disfrazándose de guerrera para salir a pelear en un territorio que aún hoy sigue siendo hostil para ella: la gran metrópolis, con sus reglas sucias y su organización caótica e injusta es el perfecto campo de batalla para esta mujer que sigue disponiendo de las mismas armas que hace siglos: el silencio, la soledad del marginado inteligente, la coraza o disfraz para minimizar el daño, la lucidez que le dan su sexo y su condición femenina frente a los hombres, una capacidad ilógica para soportar el dolor y por último, una frialdad de reloj dentro de un congelador a la hora de ejecutar la venganza.
Por todo lo anterior, quizás el personaje literario que mejor encaje en la heroína de nuestro siglo sea la Lisbeth Salander de Millennium que, de hecho, cuenta con ilustres predecesoras: la joven Jorgina de Enid Blyton, la primera y más famosa tomboy de la literatura juvenil, jugando a la ambigüedad con su famosos Cinco amigos; Momo, referencia de heroína solitaria y urbana donde las haya; Lucy Pevensie, guerrera-mujer heredera última en las Crónicas de Narnia; Hermione Granger, encarnación de la lucidez y la inteligencia de la saga Harry Potter; Katniss Everdeen, recién llegada a la lista de heroínas implacables, vencedora de Los juegos del hambre; incluso la icónica Holly Golightly de Desayuno en Tiffany’s, a quien la Salander copia en lo básico, pues ambas mantienen una lucha solitaria por sobrevivir construyendo sobre las ruinas del desengaño una coraza protectora hecha de inteligencia e imaginación.
Todas ellas son mis (y nuestras) heroínas aventureras del último siglo, más o menos perfectas, más o menos adaptadas a su época. Para los lectores de hoy, disfrutar de su compañía literaria es un consuelo; saber que algunas nacen del genio creativo de un hombre, una gran lección.